Discurso de

Rexhep Meidani

 

Ante la Conferencia de Berlín, 26 de abril de 2007

 

 

 

      La propia globalización, además de ser una revolución importante en las tecnologías de información y telecomunicación, generalmente refleja algún tipo de cambio fundamental en las dimensiones espacio-temporales de la vida humana o existencia social. De hecho, como se reduce el tiempo necesario para conectar dos puntos geográficos distintos, la distancia o tiempo pasan por un verdadero proceso de aniquilación. Por lo tanto, las fronteras geográficas o nacionales y territorios separados entre asuntos domésticos o globales, ya sean políticos o económicos, se hacen cada vez más fluidas, a veces hasta “transparentes”.

 

 

   Como la primera consecuencia, esta nueva concepción de “espacio-tiempo” de la actividad humana inevitablemente genera un desgaste gradual de  muchos de los  aspectos y direcciones del viejo concepto de  la soberanía estatal. Uno de estos es la protección internacional de los derechos humanos. Los estándares  internacionales de los derechos humanos y su aplicación, la idea fundamental de que los gobiernos tienen que actuar dentro de ciertos límites dados, son muy importantes para muchos países y sus líderes políticos hoy en día. Porque, dentro de esta nueva estructura,  hasta los líderes políticos y militares tienen que rendir las cuentas de sus crímenes contra la humanidad y contra los modelos severos de abuso de los derechos humanos. Y esto, por supuesto,  representa una revolución en el desarrollo político y social. De hecho, para esa gente ya no existen lugares seguros donde esconderse en este mundo, particularmente después del establecimiento de la Corte Criminal Internacional en La Haya, en acuerdo con el Tratado de Roma  del 1998. Por otro lado, existen algunas ideas equivocadas en La Haya.  Investigar y penalizar un crímen colectivo, hecho considerado como una responsabilidad de la justicia internacional, no significa obtener – aplicando el “principio de actividad menor”- un equilibrio político y étnico penalizando crímenes individuales, que tienen que seguir bajo la responsabilidad judicial de cada uno de los países. Hay señales de este tipo de “extrapolación” en el caso del Tribunal de la Haya.

 

    

       No obstante, la acusación de un hierarca, como el presidente de Serbia Slobodan Milosevic, u otros líderes políticos y militares de la ex Yugoslavia y sus juicios frente la ICTY, por haber causado terror a sus ciudadanos, aplicado la política de limpieza étnica y genocida en Bosnia y la población albana de Kosovo, es una manifestación clara de un enorme logro en la esfera de los derechos humanos del siglo XX. Pero todos estos comentarios permanecen puramente retóricos en el caso de Cuba. Hasta ahora, estos estándares internacionales y logros no han sido aplicados en el régimen de  Cuba. Mecanismos internacionales, como el ex Alto Comisario para los Derechos Humanos o la Comisión actual, con sus “teorías” de balance y equilibrio interno y externo, no jugaron ningún papel importante o útil en el caso del régimen de Cuba. Por lo tanto, no le han sido muy útiles al pueblo cubano. La realidad actual en Cuba, con respeto a las libertades y derechos humanos, que siguen absolutamente iguales que antes, confirman mejor esta conclusión.

 

        Pero, no le deberíamos dar espacio al pesimismo. La importancia de los derechos humanos es también una consequencia de presiones montadas por los activistas de la sociedad civil, ya sea a nivel nacional o internacional. Particularmente, la subida de las ONGs de derechos humanos expresa nuevos modos de una acción política transicional en este nuevo rango de espacio-tiempo.

Contando con redes, normas, informaciones y acceso a los medios de comunicación como con instrumentos de persuasión y elaboración de la opinión pública, estos desafían  muy a menudo al afianzado poder opresivo del estado. Este tipo de “filosofía” está adoptado y desarrollado también en el caso de Cuba. Sin embargo, hasta el día de hoy, la sensibilidad política europea hacía los derechos humanos en Cuba sigue siendo muy baja, a pesar de los esfuerzos comunes a distintos niveles y estructuras. También hay que darse cuenta que los medios europeos o, en general, los medios internacionales no  enfocan  a menudo su atención  en los problemas cubanos.

 

 

   ¿Por qué? Probablemente gracias al hecho de que Cuba, como  un sistema aislado al trásfer de ideas, gente e información reactiva al régimen, no está cerrada al  flujo favorable del capital -lo que también incluye a  distintos intereses-  ni a gente especial, que sirve para  una propaganda positiva del sistema. Otra razón es la propaganda directa y el apoyo político y económico, que le dan a Castro algunos países latinoamericanos y sus líderes, sobre todo Hugo Chávez. Gracias a este apoyo, el régimen de Cuba se mantiene y probablemente no va a permitir, en un periodo corto, ningún tipo de cambio que llevaría a la observancia de los derechos humanos y una sociedad libre. Pero este retraso podría resultar fatal para el futuro desarrollo.

 

 

   Tomando en cuenta nuestras experiencias de los países en transición, el primer punto interrogativo es ¿cómo abrir, cómo transformar este sistema en uno abierto, donde es posible realizar cualquier cambio entre el mismo sistema y sus alrededores?  Para esto se necesita una transformación política bien profunda. En estos márgenes se necesita una estrategia concreta: transición política o reforma del partido, transición económica, legislativa, socio-cultural, y más importante – transición de la mentalidad y psicología. Hemos tenido éxito en la mayoría de los aspectos de estas transiciones, pero igual tenemos aún problemas con la transición de la mentalidad. Ésta es la primera pregunta a la cual podemos dar  toda una serie de respuestas concretas. Recibirlas y elaborarlas se convierte en una cosa urgente.

    

    Otra pregunta es si el modelo de transición de Europa del Este es fructífero para Cuba. Acordándonos de la transición en Europa del Este que, según mi opinión, fue exitosa en general, nos damos cuenta que varios mecanismos importantes, como la OSCE o la CE, fueron bien útiles en ese proceso. A la vez resultaba muy atractivo el proceso de la integración a la OTAN y la UE. Los requisitos estrictos de ambos procesos en el sentido de cumplir con estándares políticos, democráticos, militares, económicos  y sociales, incluyendo los de las Libertades y Derechos Humanos, fueron un estimulante  muy importante. Sin embargo, no deberíamos olvidar, que durante esta transición en Europa experimentamos desarrollos muy negativos, incluso derramamientos de sangre, limpiezas étnicas y genocidas, como en Yugoslavia con Milosevic, o restricciones autoritarias en la Bielorrusia de Lukachenko, o de cierta manera en Rusia con Putin.

 

    La observación de  la verdadera situación en América Latina, con la nueva ola de populismo que se extiende allá, y especialmente el hecho de la debilidad (o incluso ausencia) de mecanismos generales o concretos necesarios para la democratización de la región, tiene que obligar a los políticos europeos a que reconsideren muy seriamente el cercano proceso en Cuba en lo particular, y una cooperación más estrecha  con América Latina en lo  general. Y más específicamente: qué podría ser el futuro de Cuba después de la muerte de Castro. Tras distintos contactos y reuniones durante mi visita a América Latina en posición de un miembro de la Embajada Virtual, llegué a la conclusión de que sin una fuerte presencia, cooperación estrecha y contribución democrática de parte de la UE y los EE.UU., sin actores internacionales poderosos y medios internacionales que pueden afirmar la voz y la autoridad de las instituciones democráticas y la sociedad civil de América Latina, la actitud “romántica” o “pseudo-heróica” que tiene América Latina hacía Cuba y el mismo Castro, mantendrá vivo este tipo de régimen por mucho tiempo más. Y, a la vez, ayudará a la extensión de futuros régimenes populistas en la región. El precio que tendríamos que pagar por un nuevo proceso de democratización de América Latina sería, esta vez, mucho más alto.