Discurso de inauguración

 

Václav Havel

 

Discurso ante la Conferencia de Berlín, 25 de abril de 2007

 

 

 

Damas y caballeros:

 

Hace tiempo fundamos el Comité Internacional para la Democracia en Cuba, organización que durante el poco tiempo de su existencia ya ha logrado varias cosas: sus miembros visitaron Cuba y se encargaron del apoyo de los disidentes, habían varias conferencias menores y una grande. Ésta es la segunda.

Quisiera de todo corazón dar las gracias a la organización checa People in Need, que con su red de colaboradores voluntarios opera en casi todo el planeta, y que crea y organiza todo este trabajo. También quiero dar gracias a la Fundación Konrad Adenauer, nuestro anfitrión, sin cuya ayuda y cooperación no se hubiera podido llevar a cabo esta conferencia. Y finalmente quiero dar las gracias a los diputados Meckel y Vaatz, por su gran parte de trabajo para el comité y en la preparación de esta conferencia. Tienen, por razones comprensibles a todos, un entendimiento acentuado de la lucha por la democracia bajo las condiciones de una dictadura. Aprovecharé esta oportunidad para hacer un par de observaciones.

 

Me gustaría acentuar lo importante de la solidaridad en nuestro mundo tan globalizado, donde existen conexiones cada día más profundas, donde nuestros destinos se convierten en un destino único. Hace poco fui testigo de un encuentro de disidentes, representantes de oposición y luchadores por la democracia en Washington. Provenían de distintos países: Korea del Norte, Birmania, Cuba,  Bielorrusia, Irán, Chechenia, China, etc. Para mí fue sumamente interesante darme cuenta de cómo se entiende toda esa gente, que ha pasado décadas en distintas cárceles del mundo - como si formasen una hermandad universal.

De mi propia experiencia puedo comprobar lo importante del apoyo internacional. En total pasé cinco años  de mi vida preso, pero sin la solidarid podrían haber sido unos quince años.  Por lo tanto hay que dedicarle una atención solidaria a todo lo que sirve para apoyar a la democracia en cualquier parte del mundo, sin pensar en los riesgos o cargas que tendremos que pagar. Lo más importante es que la solidaridad con los disidentes, la publicidad y la ayuda material o educativa, le da un peso y estimación  al esfuerzo de los disidentes y representa una gran motivación para ellos.

Una de las cosas más importantes, en la cual se debería enfocar el mundo diplomático, es  volver a recordar los casos de los presos políticos siempre que se pueda, durante cualquier tipo de negociaciones oficiales, si es que existen, y siempre volver a mencionarlos. No es importante la bandera ideológica, utilizada por uno u otro régimen autoritario o dictadura, lo realmente importante es cómo éstos tratan a sus ciudadanos, cómo manipulan o no manipulan a la sociedad, cuánta libertad le dan y cómo respetan la dignidad humana.

Los contactos  económicos, políticos u otros con un país, que limitan la democracia, pueden estar en peligro por la solidaridad con los disidentes. Pero aunque nos olvidemos de las razones de principio, que nos llevan a la solidaridad, y nos limitemos a razones prácticas, esta solidaridad vale la pena a pesar de todos los riesgos. Siempre es mejor cuando el mundo democrático promueve la democracia en sus países socios, que cuando se tiene armar a alto costo, porque no tiene la seguridad de que se va a encontrar en un conflicto militar. Por lo tanto es una buena inversión.

 

Me acuerdo que en los años setenta y ochenta las embajadas de los estados occidentales sentían la necesidad de invitar a los disidentes a las recepciones organizadas con eventos de sus días nacionales y de estar en contacto con ellos. Eso traía muchas complicaciones, porque el régimen lo remuneraba con distintas sanciones, pero también fue difícil, porque a los disidentes no los nombraba ni elegía nadie, eran  unos ciudadanos activos y no siempre se hacía fácil distinguir quién fue un luchador por la libertad auténtico, fidedigno y respetable y quien sólo abusaba de la embajada o incluso colaboraba con la seguridad del estado. Pero incluso este riesgo vale la pena.

 

La Unión Europea ha declarado varias veces que quiere alcanzar y sobrepasar a los Estados Unidos en el desarrollo económico y en el crecimiento del producto bruto nacional. Pero antes que nada, Europa debiera intentar de la misma manera alcanzar y sobrepasar a los Estados Unidos en la lucha por los derechos humanos en el mundo. La idea de los derechos humanos nace en la civilización europea,  después se divulgó por América y fue incorporada a los documentos de la Organización de Naciones Unidas, para estar  universalmente respetada. ¿Y quién más, que el representante del continente, donde nació históricamente esta idea, debería ser el guardia más activo e intensivo del respeto de la libertad y la dignidad humana? Los órganos de la UE deberían recibir esta señal de nuestra conferencia.

 

Permítanme la última observación. Mi experiencia es que las cosas buenas hay que hacerlas porque son buenas, hacerlas por el principio. Es maravilloso, cuando se valora este tipo de esfuerzo con el tiempo, cuando trae sus frutos y éxitos. Pero un cálculo con tal valorización, aunque de corto plazo, no puede y no debe ser el motivo de este esfuerzo. Esto es una clase que nos daba el profesor Patoèka, filósofo checo y uno de los fundadores y portavoces de la Carta 77, que cumpliría 100 años en estos días. Él acentuaba justamente esta dimensión moral, principal, uno diría hasta metafísica de la causa. Es decir, que hacemos algo simplemente porque tiene sentido hacerlo. Y si termina con un happy end y un disidente se convierte en un presidente, es bonito, pero no se puede calcular con esto, uno no se puede afirmar en esto. Y un esfuerzo que no trae happy  ends visibles en el corto plazo no vale menos ni es menos importante. Todo lo que hacemos a favor de la libertad del hombre en este mundo tiene su sentido.