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Por Jorge Olivera Castillo.

Juan Carlos González Leiva se encuentra en el vórtice del terror. Solo escucha el vocerío de sus torturadores que anuncian el linchamiento blandiendo garrotes y pancartas con mensajes de una caligrafía tosca y denigrante. No sé que piensa mientras la turba le insta a que salga de su casa para convertirlo en despojos humanos o le cubre las ventanas con improperios de la peor connotación. Eso ocurre casi a diario frente a su domicilio e en sus alrededores. Es la misma escenografía puesta para quebrar su voluntad y hacerle doblar la cerviz como un cordero. Él se niega a pactar con la humillación, apunta con sus ideas al asedio. Así resiste los embates de las hordas que practican, con puntualidad, el aquelarre. Sus órbitas oculares aguardan lóbulos que no responden a las intenciones de captar el mundo exterior. Tiene en el cerebro un bulto de sombras que le tributa la ceguera. La invidencia es tan real como el odio de quienes persisten en ahogarlo con altisonantes amenazas o impedirle el sueño con altavoces que expiden consignas y canciones del repertorio político de día y de noche. Ya es común el vandalismo, los golpes contra todo aquel que se atreva a visitarlo, los cortes en los servicios de electricidad y agua. Juan Carlos se encuentra técnicamente preso. No son necesarios para sus carceleros una jaula, ni un par de candados. A ellos les sobra la impunidad y la arrogancia para ejercer el papel de verdugos. El delito que le atribuyen consiste en presidir la Fundación Cubana de Derechos Humanos y desde allí poner en la picota pública los actos que vulneran las libertades fundamentales dentro de las fronteras del país que los niega rotundamente. Los paladines del maltrato son gentes de barrios aledaños. Todos prestan su voz para atormentar a un ciego que no teme morir por una causa que considera justa. Desearían arrastrarlo por las calles, colgarlo de una estaca después de apalearlo con frenesí, pero la orden no llega. Solo les está permitida la tortura que no deje huellas físicas. Mientras, disfrutan la labor encomendada. Obedecen al pie de la letra el guión a la espera de que el pulgar de alguna mano gire hacia abajo para decretar la muerte. El Observatorio para la Protección de los Defensores de los Derechos Humanos ha dado la voz de alarma. No es para menos. Juan Carlos está en peligro y podría, de persistir la intensidad del atropello, morir en circunstancias trágicas. La entidad basada en un programa conjunto de la Organización Internacional contra la Tortura y la Federación Internacional de Derechos Humanos expresa su “preocupación por los graves y permanentes actos de hostigamiento”, además, “urge al gobierno a que tome medidas oportunas y apropiadas para que todos los defensores de los derechos humanos reciban una protección eficaz”. Es posible que el régimen de La Habana pase por alto el llamado de atención de éste órgano internacional y continúe enfrascado en la proliferación de actos represivos. A 400 Kilómetros al este de la capital, en la ciudad de Ciego de Ávila Juan Carlos González Leiva extrae de entre la densidad del terror una cuota de dignidad sin ser un pilar del ilusionismo. Con su bastón se yergue como un gigante que conoce el valor de una lucha por que en Cuba exista un estado de derecho. Él puede ver el futuro con elecciones libres, libertad de expresión y de movimiento a través de sus gafas oscuras. Por eso el empeño en mantener invariable su actitud.

Tento článek byl publikován dne 4. 5. 2007 (Pátek) v 13.29 v rubrice Z Ostrova, Média, My, Å¡panÄ›lsky, političtí vÄ›zni, Novináři - Kuba, publikováno. Komentáře můžete sledovat přes RSS 2.0 kanál. Můžete zanechat komentář nebo trackback z vašeho webu.